He aquí un
claro ejemplo de que no hay nada tan triste, luctuoso y a la vez placentero que
darle rienda suelta a nuestro encéfalo y comenzar a recordar. Recordar; sin
más.
Aunque,
pensándolo mejor, existe una clase de personas que necesitamos algo más para
rememorar emociones. Un punto de inflexión. La lluvia, una mirada de reojo o un
buen trozo de pizza suficientemente abrasador. Lo cierto es que andar sin rumbo
especialmente definido también suele funcionar como soporte a la hora de
recrear experiencias; y casi siempre acabarás poniendo en mente el daño que
causaste o el daño que te causaron. Buen momento para hacer sumario; mal
momento para cruzar tu cabeza con esa persona que en cierto pasado consiguió
descolocar tu vida. Bien, Oliveira logra reunir todos estos requisitos para
tratar de evocar aquellas emociones que —de forma directa o
indirecta— habían embarullado un poquito su pasado.
Desde mi propio encéfalo, diría que habría
bastado con un simple, “En efecto, sigo
perdidamente enamorado de la Maga”. Estoy casi seguro de que así, en frío,
habría hecho incluso menos daño que aquella porción de pizza a su paladar. Pero
claro, una pizza no es tan placentera como recordar, ¿no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario