Entrabamos en
todas las tiendas, olvidándonos de aquellos vendedores ambulantes o de las
dueñas de las tiendas que nos gritaban por entrar y no comprar. Dentro de ellas
veíamos todo tipo de peceras, desde grandes hasta pequeñas circulares y pegados
al cristal observábamos las perfectas imágenes de todos los peces. Fue en ese
momento cuando recordé aquella vez que leímos que los peces se entristecen
cuando están solos, que ayuda ponerles un espejo en el cual se reflejan para simular
la compañía de otro pez.
Pero esta
perfecta imagen del pez libre que nada en sus aguas se rompe cuando vemos
aquella hilera de excrementos que estos soltaban, situándolos dentro de la
imperfección de las personas y utilizando aquella palabra que en aquel entonces
tanto se solía emplear.
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