jueves, 9 de mayo de 2013

El Martir.



El mártir.

-          Otra vez Oliveira, siempre me engañas en favor de tu jefe.
-          ¿Y a santo de qué viene ahora eso? ¿Qué no ves como traigo la herida?
-          Tú prometiste sacarme a pasear a Almagro, siempre faltas a tus promesas.
Gekrepten se lamentaba de la poca suerte que había tenido en la vida, siempre encerrada en casa con un marido impedido incapaz de hacerla feliz.
-          Si tú ya acabaste, ¡dime! ¿dónde está él ahora?
-          Debe andar por abajo. ¿Para qué lo quieres?
-          Para nada… Necesito hablar con él sobre tu sueldo.
-          Pero Gekrepten, ahora necesito que me ayudes con las aguas, con este brazo que traigo yo solo no puedo llenar las calderas y necesito calmar el dolor, mañana será un día duro de trabajo.
-          Yo también necesito muchas cosas y tú no me das ninguna, voy a bajar no tardaré, es necesario que recoja algo de dinero.
Oliveira se resignaba al verla pintarse los labios y bajar las escaleras con ese contoneo que él tanto odiaba. Se resignaba,  igual que lo hacía cuando su jefe le decía – toma Oliveira, aquí sólo llevas la mitad, dile a tu mujer que venga a recoger el resto no sea que lo gastes en aguardientes. Y volvía a resignarse cuando la escuchaba reír y canturrear desde arriba. – Ese desgraciado, ¿y cuándo me ha visto el beber?
-          Gekrepten cómo te ha ido allá abajo, ¿ha aceptado a darte lo que merezco?
-          ¡Calla desgraciado! Deberías estarle agradecido por mantener a un viejo impedido…

                                                                

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