El mártir.
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Otra vez Oliveira, siempre me engañas en favor
de tu jefe.
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¿Y a santo de qué viene ahora eso? ¿Qué no ves
como traigo la herida?
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Tú prometiste sacarme a pasear a Almagro,
siempre faltas a tus promesas.
Gekrepten se lamentaba de la poca
suerte que había tenido en la vida, siempre encerrada en casa con un marido
impedido incapaz de hacerla feliz.
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Si tú ya acabaste, ¡dime! ¿dónde está él ahora?
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Debe andar por abajo. ¿Para qué lo quieres?
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Para nada… Necesito hablar con él sobre tu
sueldo.
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Pero Gekrepten, ahora necesito que me ayudes con
las aguas, con este brazo que traigo yo solo no puedo llenar las calderas y
necesito calmar el dolor, mañana será un día duro de trabajo.
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Yo también necesito muchas cosas y tú no me das
ninguna, voy a bajar no tardaré, es necesario que recoja algo de dinero.
Oliveira se resignaba al verla
pintarse los labios y bajar las escaleras con ese contoneo que él tanto odiaba.
Se resignaba, igual que lo hacía cuando
su jefe le decía – toma Oliveira, aquí sólo llevas la mitad, dile a tu mujer
que venga a recoger el resto no sea que lo gastes en aguardientes. Y volvía a
resignarse cuando la escuchaba reír y canturrear desde arriba. – Ese
desgraciado, ¿y cuándo me ha visto el beber?
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Gekrepten cómo te ha ido allá abajo, ¿ha
aceptado a darte lo que merezco?
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¡Calla desgraciado! Deberías estarle agradecido
por mantener a un viejo impedido…
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