lunes, 6 de mayo de 2013

AQUELLAS SONRISAS AMABLES.

Fco. Javier Domenech Cámara – Capítulo 48

He aquí un claro ejemplo de que no hay nada tan triste, luctuoso y a la vez placentero que darle rienda suelta a nuestro encéfalo y comenzar a recordar. Recordar; sin más.

Aunque, pensándolo mejor, existe una clase de personas que necesitamos algo más para rememorar emociones. Un punto de inflexión. La lluvia, una mirada de reojo o un buen trozo de pizza suficientemente abrasador. Lo cierto es que andar sin rumbo especialmente definido también suele funcionar como soporte a la hora de recrear experiencias; y casi siempre acabarás poniendo en mente el daño que causaste o el daño que te causaron. Buen momento para hacer sumario; mal momento para cruzar tu cabeza con esa persona que en cierto pasado consiguió descolocar tu vida. Bien, Oliveira logra reunir todos estos requisitos para tratar de evocar aquellas emociones que —de forma directa o indirecta— habían embarullado un poquito su pasado.

Desde mi propio encéfalo, diría que habría bastado con un simple, “En efecto, sigo perdidamente enamorado de la Maga”. Estoy casi seguro de que así, en frío, habría hecho incluso menos daño que aquella porción de pizza a su paladar. Pero claro, una pizza no es tan placentera como recordar, ¿no?


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