LA MAGA
Gregor y la Maga tomaban algo
juntos en el bar, como cada día. Le gustaba la Maga porque tenía poderes
sobrenaturales: la capacidad de ver el futuro. “El futuro que ve es de esos que
no interesan”, replicó Horacio una vez, “de esos de si te vas a golpear el dedo
meñique del pie contra la puerta”.
- Yo te predigo el futuro, si
quieres –replicó ella. Gregor se quedó mirando el mate que bebía, frío hacía
tiempo, y asintió desganado.
- Pues un momentito –sacó una
varita desgastada de su bolso, y Gregor la observó con incredulidad-. Pelo de
unicornio –dijo ella orgullosa. Loca, definitivamente. Y la agitó sobre Gregor
tal como quiso-. Estás enamorado de mí, aunque eso no es un secreto –risita-.
Estarás aquí sentado, y te preguntarás si todo esto que ves es real. Si ese
disco y esa voz que canta lo son. Pensarás que he perdido el juicio, pero te
creerás todo lo que te diga.
- Eso no es el futuro –le cortó
él, como si sintiera que una profunda fuerza le taladraba la cabeza para sacar
todos sus pensamientos -.Lo que me has dicho no es el futuro. Es lo que está
pasando ahora. Es el presente.
- Es posible –se carcajeó la
Maga-. Pero el presente, si es la verdad, es mejor que nada –pegó otro sorbo a
su bebida y guardó la varita en un fino estuche de terciopelo. Gregor la observó,
perplejo. “Pelo de unicornio. Qué cosa más absurda… es una maldita chiflada”,
sentenció.
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